El Escarabajo de Oro

"Con gran cuidado clavó mi amigo una estaca en la tierra sobre el lugar preciso donde había caído el insecto, y luego sacó de su bolsillo una cinta para medir. La ató por una punta al sitio del árbol que estaba más próximo a la estaca, la desenrolló hasta ésta y siguió desenrollándola en la dirección señalada por aquellos dos puntos —la estaca y el tronco—hasta una distancia de cincuenta pies; Júpiter limpiaba de zarzas el camino con la guadaña. En el sitio así encontrado clavó una segunda estaca, y, tomándola como centro, describió un tosco círculo de unos cuatro pies de diámetro, aproximadamente. Cogió entonces una de las azadas, dio la otra a Júpiter y la otra a mí, y nos pidió que cavásemos lo más de prisa posible. A decir verdad, yo no había sentido nunca un especial agrado con semejante diversión, y en aquel momento precisorenunciaría a ella, pues la noche avanzaba, y me sentía muy fatigado con el ejercicio que hube de hacer; pero no veíamodo alguno de escapar de aquello, y temía perturbar la ecuanimidad de mi pobre amigo con una negativa. De haberpodido contar efectivamente con la ayuda de Júpiter no hubiese yo vacilado en llevar a la fuerza al lunático a sucasa; pero conocía demasiado bien el carácter del viejo negro para esperar su ayuda en cualquier circunstancia, y másen el caso de una lucha personal con su amo. No dudaba yo que Legrand estaba contaminado por alguna de lasinnumerables supersticiones del Sur referentes a los tesoros escondidos, y que aquella fantasía hubiera sidoconfirmada por el hallazgo del escarabajo, o quizá por la obstinación de Júpiter en sostener que era un "escarabajode oro de verdad". Una mentalidad predispuesta a la locura podía dejarse arrastrar por tales sugestiones, sobre todosi concordaban con sus ideas favoritas preconcebidas; y entonces recordé el discurso del Pobre muchacho referente alinsecto que iba a ser el indicio de su fortuna". Por encima de todo ello me sentía enojado y perplejo; pero al finaldecidí hacer ley de la necesidad y cavar con buena voluntad para convencer lo antes posible al visionario con unaprueba ocular, de la falacia de las opiniones que el mantenía. Encendimos las linternas y nos entregamos a nuestra tarea con un celo digno de una causa más racional; y como la luzcaía sobre nuestras personas y herramientas, no pude impedirme pensar en el grupo pintoresco que formábamos, y en quesi algún intruso hubiese aparecido, por casualidad, en medio de nosotros, habría creído que realizábamos una labormuy extraña y sospechosa. Cavamos con firmeza durante dos horas. Se oían pocas palabras, y nuestra molestia principalla causaban los ladridos del perro, que sentía un interés excesivo por nuestros trabajos. A la larga se puso tanalborotado, que temimos diese la alarma a algunos merodeadores de las cercanías, o más bien era el gran temor deLegrand, pues, por mi parte, me habría regocijado cualquier interrupción que me hubiera permitido hacer volver alvagabundo a su casa. Finalmente, fue acallado el alboroto por Júpiter, quien, lanzándose fuera del hoyo con un aireresuelto y furioso embozaló el hocico del animal con uno de sus tirantes y luego volvió a su tarea con una risitaahogada. "